domingo, 24 de marzo de 2013

De putas con Maria

"Vuelvo el 23 por la noche, serás capaz de darme una buena bienvenida?"

Esta foto es un fetiche para nosotros. Es de la misma sesión que la foto que encabeza el blog. Una noche de hace muchos años ya, de las primeras en las que ví a Maria salpicada del semen de otro hombre. No folló con él. El pobre hombre se tuvo que conformar con pajearse sin tocarla.

Sé perfectamente que quiere decir esa foto. Unas horas más tarde tenía preparada una reserva en un hotel de Barcelona a la altura de los acontecimientos. Tenía ganas de ir al W. He estado por alguna reunión de trabajo, pero me apetecía follar en él. No es precisamente barato pero la lujuria tampoco suele serlo. 
Durante los días previos a nuestro reencuentro no hablamos por teléfono, ni por facetime, ni por mail. Sólo mensajes, escuetos, sugerentes, lascivos.... creo que me he hecho más pajas en estos últimos días que en todo un año. Maria tiene ese poder sobre mí, puedo estar harto del sexo pero su olor, su tacto y la promesa de volver a tenerla, me hacen perder la razón.

Se negó a que fuera a buscarla al aeropuerto. Supe que llegó a media mañana pero quedó con una amiga y sólo se presentó en la habitación del hotel para ir a cenar. Yo ya me había tomado cuatro o cinco copas y había recorrido todo el hotel de arriba a abajo. Golpeó la puerta con los nudillos. Juro que pude notar como su perfume se colaba por las rendijas de la puerta. Me acerqué para abrir y aspiré con los ojos cerrados, no podía ser nadie más. El perfume, sus zapatos UN, las medias Wolford, el vestido negro de una pieza con el escote asimétrico mostrando uno de los hombros, la gargantilla de cinta de raso anudada al cuello con un pequeño charm en forma de zapato de tacón rojo, las uñas lacadas en negro, el cuello, su sonrisa, el pelo recogido y sus ojos de espejo. No supe que hacer, tieso como un perchero, sólo pude sonreír. Mi cuerpo se debatía entre la risa y el llanto, la alegría y la pasión desbocada, como una procesión de semana santa. María dejó caer el bolso al suelo y me abrazó, me besó y no hubo más palabras.

La sobé, pellizqué, estrujé, manoseé, acaricié pero nada más, no follamos. Maria, recordándome que no había cambiado, susurró "la noche es muy larga".

Tras recomponer nuestra vestimenta, y ponerse Maria un poco de gloss en los labios, nos dirijimos al restaurante. Para la ocasión había reservado en Torre de Alta Mar, quizás el restaurante con las mejores vistas de Barcelona. No íbamos a cenar mucho, somos más de beber, y eso no faltó. Volvíamos a ser los de siempre, juntos, sin dudas ni fisuras, disfrutando de Baco. María volvió a entregarme su tanga tras ir al baño. No quería dejar lugar a dudas, la noche no había hecho más que empezar. A la altura del segundo plato me contó alguna de sus aventuras y me mostró varios de sus trofeos en el móvil. Una galería de pollas de todos los tamaños y formas. No se cuantas veces me llegué a empalmar en la cena. Tuve miedo de que el mecanismo erector de mi polla acabara fallando.

La primera copa de la noche la tomamos en el mismo restaurante. Muchas de las mesas se habían ido ya y los camareros empezaban a pulular esperando que les pidiéramos la cuenta. No tardamos en irnos. Las siguientes horas las pasamos recorriendo varios locales de la zona del Born, bebiendo y besándonos como adolescentes. Maria me señaló varios chicos a los que le comería la polla sin dudarlo. Os podéis imaginar como reaccionaba mi entrepierna. No sé cuantas copas tomamos, pero una torcedura de los tacones de Maria y un resbalón mío sobre los adoquines húmedos de la calle del Rec me convencieron de que era la hora de que un taxi nos llevara a nuestro siguiente destino.

Sorprendentemente no fue difícil conseguir taxi. En cuanto le indiqué la dirección al conductor pude ver, por su media  sonrisa, que conocía el destino, de la misma manera que ví que Maria no tenía ni idea de donde íbamos. Maria empezó a interrogarme de la mejor manera que sabe, metiendo sus manos bajo el pantalón y pajeándome mientras me preguntaba al oído. Yo hice lo mismo y metí mis manos bajo su vestido para acariciarle el coño. Pude ver como el taxista miraba de reojo por el espejo y decidí alegrarle el trayecto, separando las piernas de Maria mostrando bien su coño empapado. Mi chica, cómplice, se recolocó hacia el centro del asiento para que el conductor disfrutara plenamente de al vista.

Al parar el taxi Maria miró a través de la ventana y mostró su sorpresa al no reconocer donde estaba. Una simple calle y una simple puerta, sin ningún letrero. El taxista cobró la carrera y, si hubiera sido algo más discreto en sus comentarios, le hubiera dejado sobar el coño de mi acompañante, pero hasta para ser grosero hay que tener arte.

Respondió al telefonillo una señora de acento sudamericano, dulce y atenta, tal como me había atendido días atrás por teléfono. Nos hizo esperar unos segundos hasta que abrió la puerta. Maria seguía un tanto confundida, pero intuitiva como es, sabía que no la iba a decepcionar. Lo primero que llama la atención del local es la cuidada y oscura, los aromas y la delicadeza de la señora de la entrada, la Mami. Dio dos besos a Maria y nos llevó a una de las habitaciones. Nos dejó a solas para que se nos presentaran las chicas. Las recibimos con mis dedos en el coño de Maria. Pasaron todas las muchachas que atendían parejas y Maria se encargó de escoger. De todas las candidatas sólo tres habían mirado con morbo mi mano hundida en el coño de mi chica, de las tres sólo una era morenita. La elección fue sencilla. Laura.

Maria parecía nerviosa y sorprendida por el ritual de higiene obligatorio en estos lugares de pecado. La sonrisa de Laura la relajó y poco después estaban las dos tumbadas en la cama, acariciándose delicadamente. Me aparté de la escena, me bajé los pantalones y me agarré la polla con fuerza. Pocos minutos después Maria estaba hundida en el coño de Laura. Yo veía desde mi silla el coño empapado de mi chica, saqué el móvil del pantalón y busqué la aceptación de Laura. No necesitó mucho para decirme con un sutil movimiento de cuello "nada de fotos". Teníamos una hora por delante y quería que Maria disfrutara de su primera noche putera. Laura se retorció para llegar a Maria en un sesenta y nueva que duró hasta que mi chica apartó la boca de Laura de su coño: primera corrida.

Me sacaron de mi refugio y Maria me invitó a compartir su regalo. Lamimos el coño de Laura con furia, nuestras lenguas se entrecruzaban y sincronizaban haciendo que la puta se retorciera de placer. Yo me encargué de su culo y Maria del coño. Pude ver como metía la lengua dentro y sorbía con los labios. Laura se corrió. No todos los clientes comen los coños y los culos de las putas, para mí es una obligación.
Dejamos a Laura descansar mientras Maria se metió mi polla en la boca. Hacía tanto que no me la comía que había olvidado su maestría, nadie me la ha chupado mejor. Quería correrme, meterme en su coño, pero cuando notó que me aceleraba, retiró la boca y mirando a Laura me dijo "fóllatela, quiero verlo" Laura parecía recuperada y Maria se inclinó nuevamente sobre su coño para comprobarlo. Me excité mucho cuando me pusieron un condón entre las dos, me notaba la polla a punto de reventar y mi vanidad se llenó cuando Laura me dijo riendo que después de mi iba a necesitar un "dencansito".

Se sentó sobre mí, le cogí el culo y no encontré resistencia para meterle un dedo. Pareció agradecerlo. Empecé a lamerle los pezones, marrones y duros como el turrón. María estaba ahora sentada y se masturbada con dos dedos dentro del coño. Laura saltaba sobre mi polla con fuerza y Maria, tras darse al placer voyeurista, se levantó para unirse a la fiesta. Vi como le tocaba las tetas, como la besaba en el cuello y apretaba las nalgas. Maria se acercó a mi y me metió la lengua en la boca, sabía deliciosamente a coño. Me corrí como un criajo, de no ser por la insonorización del local hubiera despertado a media ciudad.

La despedida fue borrosa, Laura se quedó arreglando la habitación y la Mami nos acompañó a la calle. El silencio de la madrugada nos hizo plantearnos si todo había sido realmente tan perfecto. Un taxi llamado por la propia Mami nos recogió. Maria me echó mano a la polla y me dijo "vamos al Oops?" Se me puso dura de nuevo, sólo imaginar que Maria quería más, me hizo excitarme. Imaginar a Maria con una polla en la boca en nuestro reencuentro me hizo excitarme, recuperarme con si la hora anterior la hubiera pasado en un balneario, y no en un burdel. "Si vamos al Oops tu tendrás que conformarte con mirar, quiero que me folle otro" la sugerencia me calentó y apunto estuve de sacarme la polla en el taxi, pero la cara del conductor me hizo controlarme, no creo que le hubiera hecho mucha gracia.

Maria indicó al taxista la dirección. No era el Oops. Llegamos al hotel media hora más tarde. Yo seguía con la polla dura como si me hubiera pinchado viagra. Maria no me dejó ni tumbarme en la cama, de pie, apoyado en la puerta del baño, se arrodilló y se metió mi polla hasta la garganta. Con la mano izquierda se acariciaba el coño y no pude aguantar mucho. No duré nada, me corrí y Maria no dejó que se escapara de su boca ni un mililitro de semen. Me besó en los labios y tras susurrarme "lo echaba de menos" me arrastró a la cama.

Esta mañana hubiera deseado ser accionista de Bayer. No sé cuantas aspirinas debo llevar en el cuerpo. He bajado a desayunar mientras Maria seguía enroscada en el lado izquierdo de la cama y he aprovechado, aun abotargado por la endorfina, para anotar en el portátil cuatro sensaciones de la noche. En casa me he sentado para intentar contaros como mejor sé, que vuelvo a ser prisionero de Maria. 

PS: mil gracias a Felinabcn por hacernos más fácil pecar a las parejas pervertidas.


sábado, 9 de marzo de 2013

Peluqueria china

Como ya os dije en el anterior post, he vuelto a trabajar. Me había acostumbrado demasiado bien a ponerme ante el ordenador sólo para perder el tiempo. Que curiosa expresión, perder el tiempo, matar el tiempo, todo un sin sentido cuando el tiempo nos acabará matando a todos. Como os decía, mis cervicales y los tendones de mi mano derecha han vuelto a rechinar como hacían antaño. No acostumbro a tomar medicinas para aliviar el dolor, prefiero reservar la química para aspectos más lúdicos de mi vida. Estirándome en la silla, pasándome la mano por la nuca y doblando el cuello a un lado y otro intentando relajar mi tensa musculatura, me sorprendí observado por un compañero de la oficina.
- Quieres un ibuprofeno?
- No gracias, creo que no he dormido en buena posición.
No había cruzado con Miguel más de dos palabras a excepción de las formas protocolarias evidentes entre compañeros de trabajo. Parece un buen chico, dispuesto a ayudar, siempre con una sonrisa bajo el bigote. Aun así su amable gesto parece turbio, como la sonrisa del payaso: falsa para los mayores y sólo grata para los niños puros de espíritu. Sus buenos modos parecen más propios de una exquisita educación que de sentimientos reales. De todas formas, siempre es mejor compartir tu jornada laboral con alguien agradable que con un orco de Mordor. Sin mucha más conversación me deslizo un post-it con una dirección y un teléfono. 
- Como se llama el fisio? yo voy de vez en cuando a uno que me deja arreglado un par de meses.
Miguel estiró hacia la punta de los bigotes su perenne sonrisa.
- Esta no es fisio. No creo ni que sea masajista, pero bueno yo te recomiendo que te pases. Seguro que te "arregla".
Acompañó esta última palabra arqueando las cejas, buscando mi complicidad. Yo sonreí intentando parecer confuso.
No acabo de entender la mística que hace que una persona que no te conoce de nada dude recomendarte una película pero en cambio sugiera sin reservas sobre algo tan íntimo como el sexo. Supongo que algo tiene que ver con las feromonas y sobre todo con los machos. El resto de la tarde la conversación entre ambos y el resto de compañeros volvió a los términos técnicos y asépticos del trabajo. No os agobiaré con eso.

Sólo un par de horas más tarde estaba en una esquina distante pocos metros del número que me había indicado Miguel. Repasaba una y otra vez los números de la calle, contaba los locales y llegaba siempre a la certeza de que mi compañero me había dado la dirección de una peluquería china. Noté ese gusanillo en la barriga habitual antes de una cita, de entrar a un club liberal o a una casa de putas, el morbo y la curiosidad. Crucé la calle y entré al local. En efecto había tres sillones de peluquería de color granate, con otros tantos señores siendo podados de la azotea. Las paredes estaban decoradas con fotos de modelos chinos con peinados que nunca he visto llevar a ningún chino. Dos chicos jóvenes cortaban el pelo a dos de sus clientes mientras el otro parecía sestear a la espera de su turno. En un pequeño mostrador a la izquierda de la entrada había una señora arrugada. Aparentaba sesenta años pero quizás tenía algunos más, ya sabéis que los orientales firmaron un pacto con Satán para parecer siempre más jóvenes de lo que son. Empecé a pensar seriamente en sentarme y dejar que me cortaran el pelo. Hace años que llevo el pelo muy corto así que no se notaría mucho un posible estropicio en mi cabellera. Se me apareció la sonrisa de tiralíneas de Miguel y empecé a barruntar la manera de devolverle al jugada.
La señora, que pareció notar mi me aturdimiento, preguntó amablemente:
- Pelo o relax señol?
Los señores a los que estaban pelando siguieron con su incomprensible charla, aparentemente comentando algún artículo de un periódico tan incomprensible como su cháchara. Levanté dos dedos.
- Pelo y relax?
- No, sólo relax.
Me acompañó a través de un pasillo. Pude ver un puchero borbotear en una de las salas adjuntas donde varias chicas descansaban en un sofá mirando mtv. La señora me indicó la siguiente puerta donde vi una camilla con una sábana de papel tensa, esperándome. En la habitación entraron las dos muchachas que veían la tele y preparaban la comida en la habitación contigua. Una de ellas era regordeta, con una sonrisa propia de alguien no muy cuerdo, no dejaba de retorcerse las manos y pistonear el suelo con el pie izquierdo. Sólo unos enormes pechos que no parecían made in china despertaron mi curiosidad. La otra muchacha era delgada, de pelo largo y obviamente negro. Me miraba seria, sin mover un milímetro de su tensa piel blanca. Me fijé en sus dedos alargados y sus uñas con una manicura de colores imposibles. Ya me siento bastante pecador pagando por sexo así que decidí no aumentar mi condena abusando de la borderline y escogí la borde girl. Pareció fastidiada en la misma proporción que la regordeta se alegró de poder volver a vigilar los fideos.

Liu, así me dijo que se llamaba. Imagino que el nombre será tan auténtico como el que da cualquier puta hasta en el más sofisticado de los prostíbulos. Me tendió una toalla y se giró pidiéndome que me desvistiera. Me sorprendió su pudor y mis dudas sobre la recomendación de Miguel volvieron a asaltarme. Hasta que no oyó el chirrido de la camilla al tumbarme no se giró. Empezó a frotarse las manos para que se calentaran y suavemente me untó la espalda y las piernas con un tónico aceitoso de fuerte olor. Sus dedos finos como las cuchillas de Freddie Krueger se hundían en mis músculos, hurgaban entre mis huesos y tendones como si tuvieran visión infrarroja y fueran directos al foco del dolor. Poco a poco los nudos de mi cuerpo se deshicieron como hace una abuela paciente con una enrollada madeja de lana. Mi cuello se relajó, mi espalda retomó su elasticidad, mis piernas se aligeraron y me sentí durante media hora en manos de un allien con conocimientos de otra galaxia.

Me giré desnudo sobre la camilla. Liu no me miró la polla. No estaba empalmado, la situación no lo requería y yo ya sólo deseaba que aplicara en mi pecho la misma magia que había derramado sobre mi espalda. Liu siguió concentrada, viendo lo que sólo ella parecía ver, guerreando con tendones y músculos. Otros quince minutos de terapia me hicieron elevar a Miguel y a Liu a los altares. Me sentía nuevo, pletórico, lleno de energía... El vicioso que hay en mí pareció recordarme al oído que había que hacer cuando uno se sentía tan bién. No hizo falta ninguna insinuación. Liu sabía perfectamente manejar los tiempos. Empezó a acariciar la parte interior de mis piernas, de las rodillas. La decisión de cada una de sus maniobras anteriores se transformó en suavidad. Sus dedos ya no eran firmes y se limitaba a rozar mis huevos y mi polla como al descuido, sin querer. Su rostro se había transformado, aquella segunda parte de su trabajo no parecía satisfacerla como la primera. Estuve tentado de pedirle que lo dejara, pero mi polla se opuso. Empezó a palpitar, a endurecerse. Poco a poco mis neuronas se fueron debilitando ante el gran dictador que ahora marcaba el camino. Liu seguía con sus preparativos, yo deseaba que me tocara pero ella insistía en añadir pólvora al cartucho de dinamita. Yo ya estaba absolutamente empalmado, ansioso. Tenía la polla brillante, untada de aceite y ambos mirábamos a Liu reclamando que nos ayudara a acabar con aquella rigidez. Se alejó de mi, mirándome la polla como hace una artista mirando el lienzo, alejándose para tomar perspectiva. Supuse que se iba a quitar la parte de arriba de la camiseta, pero se acercó a puerta y gritó algo. Se quedó con medio cuerpo dentro de la sala y medio en el pasillo. Parloteaba con su cabeza hacia el pasillo y de vez en cuando volvía a mirar dentro, hacia mi polla. Sentí unos pasos. Liu sonrió agachando la cabeza y salió de la sala para dar entrada a la señora que me había recibido. 

Sonriente miró mi polla afirmando con la cabeza. Se untó las manos con aceite y antes de que pudiera protestar me estaba haciendo una paja con sus manos endurecidas. Parecía llevar unos guantes de porcelana, suave y dura. La cadencia, la presión, la pausa todo era de una perfección que sólo un hombre puede lograr a base de mucho entrenamiento pajillero. Me acarició los huevos y deslizó un dedo en mi culo, subió la frecuencia de sus manos y me corrí gimiendo como un poseso. Veinte segundos, treinta quizás. Solté un chorro de semen como si hubiera estado invernando meses enteros.  Me arqueé y estiré los dedos de los pies como un águila a punto de capturar un ratoncillo del bosque. La señora no perdía la sonrisa y estuvo hábil al esquivar la corrida: le podía haber vaciado un ojo. Me quedé encorvado, retorcido, respirando alucinado y confuso a la vez. No quedó en mi ni el más mínimo reproche y cuando la señora salió de la sala, tras ofrecerme un rollo de papel higiénico, juro que la ví levitar sobre el suelo, rodeada de una extraña luz. Me prometí peregrinar cada semana a ese templo, a sufrir los rigores de las manos milagrosas de Liu y a vivir la reencarnación de las manos de santa de la china de edad inclasificable. Miguel jamás te confesaré que fui a tu santuario, lo negaré todas las veces que haga falta, pero no podré negarte la sonrisa jamás en la vida.

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