Hacía meses que no pasaba un viernes en soledad en mi querida Barcelona. Maria estará fuera todo el fin de semana por cuestiones de trabajo, o eso es lo que me ha contado. A medida que se acercaba la hora de salir del despacho mi modosito proyecto de fin de semana de lectura y reposo en casa se iba enturbiando. Casi sin darme cuenta había activado todas mis redes sociales golfas, rastreado la oferta de putas de erosguia y chateado con amigos varios de nuestro querido sub-mundo golfo. A las 22:00 me encontraba delante del vestidor escogiendo el disfraz adecuado para mi plan noctámbulo. Algo sobrio, clásico e incómodo, pero éxito asegurado: americana, camisa y pantalón tejano. Casi no me reconocía: debe hacer años que no me pongo una americana fuera del horario laboral. Parecía un pijo repelente de los años 90, precisamente lo que quería aparentar.
En este mundo del golferío siempre he sido un tío solidario. Casi una ONG del vicio. La proporción de hombres y mujeres que se han follado a Maria con mi beneplácito dejan en anécdota la cifra de las que me he follado yo. Maria no sabe decir que no, y a mí, que no soy nadie para decidir sobre ella y sus actos, me cuesta negarme a verla bien follada. Acabaré siendo un tierno voyeur. Así que, harto de ir de putas en mis aventuras solitarias, decidí que debía reclamar la cuota de solidaridad que siempre he tenido con los demás y acercarme a un club swinger como nunca había hecho: como chico solo. De ahí mi indumentaria. Sé por experiencia que la edad media de los swingers suele estar sobre los 40 así que, por cálculo de probabilidades, escogí el look que podía tener mejor aceptación. Defecto profesional.
A Uhomo sólo he ido dos veces con Maria. Una de la que no quiero acordarme y otra de la que, por más que lo intento, no tengo el más mínimo recuerdo. Tan sólo sé de la tremenda resaca del día siguiente y de un manchurrón de semen en la camiseta que había vestido aquella noche. La leche no era mía, me lo confirmó Maria. Perfumado, con dos gin-tonics en el cuerpo y una cena frugal me acerqué al local.
Pagando la entrada, notando el zumbido de los bajos de la música en interior del local, me sentí como un adolescente de caza en la discoteca un domingo por la tarde. La chica del guardarropía me miró de arriba abajo, sin pudor, como el segureta del aeropuerto que te hace pasar por el arco detector de metales. Incluso se alzó de su taburete para ver mi calzado. La encargada era de lo poco que recordaba de nuestra primera vez en el local, una chica encantadora, de un aspecto agresivo, pero dulce en el trato. Aquella noche fantaseé con ella y con Maria, nos encantó a los dos. Por desgracia aquella noche, a parte de ella, no había más que tres parejas no muy recomendables. Tras consultar en voz baja con un chico de seguridad, grandote y alto, la chica sonrió y me dio unas indicaciones con voz edulcorada. Nada que no supiera de mi experiencia al otro lado.
El local estaba muy oscuro, no lo recordaba así, tuve que acostumbrarme para llegar a la barra. La música sonaba con nitidez y calidad, cosa rara en la mayoría de clubs, y un dj joven se entregaba a su oficio con ganas. Había bastantes parejas en la pista, bailando y en los sofás. Recordé las indicaciones de la encargada y permanecí discretamente resguardado en la barra. Tan sólo éramos cinco chicos. Enseguida entablé conversación con uno de ellos, de ventipocos, delgadito y de aspecto pulcro como un cirujano. Por lo visto no resulta nada fácil franquear la entrada del club como chico solo. Según me explicó mi colega yo era el único desconocido, ellos cuatro eran habituales del local. No quise preguntar si habían pagado los treinta euros de la entrada. Volvía a mi mente el recuerdo de las discotecas de tarde para adolescentes, siempre me tocó pagar. Mi locuaz amigo me repitió las normas del caballero solitario en el club swinger y procedió a darme algunos consejos más, de su propia cosecha porque "se te ve buena gente". Lo cierto es que debía tener una gran intuición pues apenas había abierto la boca. Los otros tres hombres empezaron a desaparecer, buscando la pole-position en las zonas que tienen asignadas los chicos en el local, la jaula y el glory hole. Me sorprendió que del trío restante uno fuera un tipo de unos cincuenta años, una tanto ajado. De los otros dos, uno era un negrazo, que seguro triunfaría en la noche, y el otro un chico joven musculado, bien afeitado y mejor peinado, que podía pasar por un futbolista de éxito: un ramillete variado donde escoger.
Mi compañero de barra seguía con su cháchara y su copa, atento a un diálogo del que yo solo participaba con gestos de mi cara, vocablos tipo "ya" y "claro" afirmaciones breves y alguna que otra sonrisa.
-Tu vas de coca? -mi pregunta pareció incomodarle al principio, pero la evidencia se encargó de responderme.
-Sólo me tomo una puntita, ya sabes para aguantar más. Aquí es raro el que no se mete un poquito. Entre las parejas y entre los tíos solos -su certeza me sorprendió pues, aunque no dudo de los hábitos drogatiles de algunos swingers, siempre he tenido la percepción de que era algo minoritario. -Aquí hay mucha farla y mucho Viagra, ¿cómo si no va haber tíos que aguantan una hora de reloj bombeando como cabrones? yo con un cuartito de Viagra tengo rabo para toda la noche.
De un bolsillo de la chaqueta sacó un paquetito envuelto en papel film con los restos de una pastilla de Viagra recortadita por los extremos.
-Con una de estas tengo para casi un mes.
Viendo el cariz que tomaba la conversación, decidí apurar la copa y moverme hacia la zona de combate. Tengo un curioso magnetismo para la marginalidad, aunque en este caso no pude comprobar si mi interlocutor representaba la excepción o la norma entre los hombre solos del mundo swinger. Tampoco me apetecía comprobarlo.
Me sorprendió la cantidad de parejas que llenaban el local. Nada que ver con mi primera visita. Como ya os he dicho no puedo comentaros como estaba en la segunda. Sentí nostalgia de no poder estar con Maria entre aquella marabunta. Había de todo y muy apetitoso, para todos los gustos. Parejitas jóvenes y maridos maduros exhibiendo a sus deliciosas señoras, arregladas para la ocasión. Disfruté con la vista de un par de señoras con medias, botas y corset. Sin perder más tiempo me acerqué a la zona de la jaula.
Había movimiento en la zona de guerra. Entre la oscuridad y mi miopía no podía discernir muy claramente lo que veía, pero intuía carne, piel y mucho placer. Oía la sinfonía de gemidos en la distancia y mi polla se empezó a hinchar. Entre los cuerpos vi al cincuentón con el que rivalizaba como hombre solo, recibiendo una mamada soberbia de una mujer regordeta que se afanaba sobre su polla. Ladeaba la cara y el gentil cincuentón le apartaba el pelo para que el marido disfrutara de una inmejorable vista de las artes de su señora. Mi nostalgia seguía creciendo y también cierta envidia. No daba un duro por el cincuentón y allí estaba siendo devorado. Entre las sombras vi a mi otro rival, el guaperas con pinta de futbolista gay, que se masturbaba lentamente atento al juego de las parejas. Vi que si tenía éxito no sería por sus atributos: al pobre efebo le faltaban algunos centímetros de personalidad.
Pasado un rato en el que las parejas no nos prestaron la más mínima atención a los enjaulados, y envidiando ya sin reservas al cincuentón que pasaba de hembra en hembra, decidí acercarme al glory hole, buscando algo de solidaridad de la que yo tantas veces he hecho gala en estos recintos.
Si el local era oscuro el glory hole casi requería usar un frontal de minero para no tropezar. Allí estaba el negro, confundido en la falta de luz, observando como una pantera por uno de los agujeros. Me animé a hacer lo mismo. Una pareja estaba a escasos metros de la pared agujereada. El marido hablaba al oído de la chica. Ella no quitaba ojo de la pared, sonreía y se frotaba excitada con su compañero. El negro se bajó los pantalones y metió su pollón aun semi flácido por el agujero, como el pescador que pone su mejor cebo en el anzuelo. La pareja se acercó un poco más, sin deshacer su abrazo. La mujer, de unos cuarenta años, vestida sólo con una mini falda negra, medias y sujetador del mismo color, pajeaba a su marido con los ojos entreabiertos mientras le escuchaba excitada. Imité a mi rival y metí la polla por el agujero, atento a la competencia. Noté la caricia suave de la mujer y me esforcé por ver que ocurría sin sacar la polla del orificio, ni herirme con algún rozamiento inapropiado. La chica estaba recostada en la pared y tenía en una mano la polla del negro y en la otra la mía. Su acompañante estaba sobre ella, a escasos centímetros de de la pared. Oía perfectamente como excitaba a su mujer.
-¿Con cual vas a follar puta?... ¿con cual me vas a hacer cornudo?- el hombre hablaba a media voz, casi susurrando.
-¿Cual quieres tu, cornudo?... ¿no me puedo follar a los dos? - preguntó con un tono burlón, infantil, que encendió a su marido.
-Venga puta, que después te limpiaré el coño bien follado.
Es sorprendente como se ha expandido el movimiento cuckold por el ambiente. Lo que antes podía considerarse una rareza ahora está presente en el ambiente casi por mayoría. A los hombres les encanta ver como disfruta su mujer, todos quieren tener una puta, una golfa, una reina del porno en la casa. Me encanta. En cambio no acabo de llevar del todo bien las conversaciones sacadas del doblaje de una película porno del viernes noche en el plus. Es tan sólo una observación, esta pareja no tenía nada impostado, eran puro morbo. Noté como la chica soltaba mi polla y pensé que era el preludio de una mamada. A mi lado escuché gemir a mi rival que se arrimaba al agujero para sacar más trozo de su pollón, ya totalmente armado. Miré como pude por el agujero y vi a la mujer entregada a una mamada frenética. Su marido estaba en cuclillas a escasa distancia de la escena.
-Chúpasela al negro, cómete el chocolate, ya verás como te pone fina el negro, ¡que polla tiene el negro! ¡Te va a dar café con leche!
Con la decepción del momento, escuchando como jaleaba el buen hombre, me replanteé mi observación sobre la sensualidad de la charla de la pareja. En cuanto la mujer se había aplicado a la mamada el hombre se había entregado a su fantasía de porno casposo. Me fui de allí odiando al negro y al marido que subía los decibelios diciendo.
-¿Mirad como la puta se la chupa al negro! -no sé porque vino a mi mente Georgie Dann.
LLevaba ya unas horas deambulando por el local y había agotado ya dos copas. Muchas parejas me miraban morbosas, pero se entregaban a sus juegos. No nos olvidemos que muchas parejas acuden a clubs para jugar sólo entre ellas. El resto de asistentes no pasan de ser atrezzo para sus fantasías. Volví a la zona del glory hole y allí seguía el negro. Ahora dos mujeres le chupaban la polla. Los maridos se masturbaban viendo la escena. Por lo visto ya había dado cuenta de la pareja anterior y parecía tener cola para su apéndice. No quise meter mi polla en la escena: aun creo en la estética y creo que le hubiera fastidiado el momento a aquellos hombre que disfrutaban viendo a sus chicas compartir miembro.
De nuevo en la zona de la jaula. El cincuentón seguía al lío acompañado ahora del futbolista metrosexual de polla escasa. El maduro debía llevar una hora y media si parar. Recordé a mi compañero de la barra y sus palabras sobre los artificios químicos de los swingers. Ni rastro de él, se había esfumado. Resignado me apoyé en los barrotes y me empecé a masturbar. Una pareja se acercó a mi y la chica pareció invitarme a unirme ¡Por fin! me preparaba para entrar cuando escuché al marido que, sin mirarme, le decía a su chica sujetándola por el brazo.
-Ni hablar, tu no me has dejado estar con la rubia, así que si quieres algo, fóllate al negro, al pijo ni hablar. Lo habíamos hablado Nuria...
La muchacha besó al marido en el cuello y cogiéndolo de la mano lo sacó de la zona de camas, con destino a coger turno en el glory black hole.
Me planteé si valía la pena apurar algo más mis opciones, acabar la paja o irme del local. Recuperé mi americana y saludando amablemente a la encargada me vi con cierto ánimo para intentar algo con ella. Que malo es ir caliente delante de una persona que está por su trabajo. Respetando su profesionalidad salí a la calle. En la puerta me crucé con una nueva pareja que acudía al local en un estado de embriaguez considerable. Ella era una preciosidad rubia que me recordó enormemente a mi añorada Maria, él un joven atractivo de pelo largo y barba, los dos con clase y morbo. Me replanteé entrar de nuevo y probar suerte, pero me los imaginé sacando turno donde el negro. Resignado me dirigí a las Ramblas en busca de alguna negra que me la chupara. Inversión de roles lo llaman. No me costó escoger, barato, simple y efectivo. Veinte euros por una mamada a pelo en el portal de una casa. Casi lo mismo que me había costado entrar en el local. Creo que la próxima vez que esté sólo volveré a mis viejas costumbres puteras.