sábado, 3 de mayo de 2014

Gymkana

Cuando hace mucho que no escribo, me siento con el portátil en el regazo y espero ilusionado si se produce ese milagro de las musas o de la escritura automática. No me ha pasado nunca. Sabéis los que leéis el blog que no suelo escribir si no tengo algo que contar. Hay otros blogs cuyos autores crean una entrada diaria con temas tan manidos que provocan rubor. No me compensa escribir sobre eso ni creo que a los que os acercáis por aquí os motive mi opinión sobre si prefiero tetas o culos. Seguro que tendría más seguidores si apareciera con más frecuencia pero nunca fue ese el objetivo de este blog. Así que hoy si tengo algo que explicaros.

Alguna vez ha aparecido por aquí mi amigo Gerard. Milagrosamente aun sigue vivo. No sé como lo hace pero es capaz de vivir una semana con una rebanada de pan bimbo, un red bull y algo de farlopa. Hace ya tiempo que yo dejé ese mundo de los picores de nariz. Mi amigo sigue fiel a su cita de fin de semana con todo tipo de excesos. Entre semana, un ejecutivo sin tacha, responsable y ejemplo para sus subordinados. Siempre ha tenido devoción por las putas de cualquier nivel, pero no puede evitar cierta querencia a la sordidez. Algo normal para una persona que vive habitualmente el oropel de las grandes empresas. 
Hacía tiempo que no salíamos juntos cuando apareció en mi casa con su Mini una mañana del mes pasado. Comiendo una bolsa de Doritos entró en el salón saludando quedamente a Maria. Nunca se han tragado. Me persiguió por la casa mientras masticaba ruidosamente. Maria subió el volumen de la tele para no enterarse de nuestra charla. En menos de media hora avanzábamos rumbo a la NII escuchando una horrible playlist con temas reaggeton. Gerard es así. Pasamos unas horas tomando copas en una terraza charlando como lo hacen dos amigos que se conocen mucho y se ven poco. Criticamos, cotilleamos, acuchillamos, añoramos y fantaseamos. Lo normal, lo sano. Tras una par de viajes al baño adiviné como unos cuernos retorcidos, oscuros, malévolos sobresalían de entre su escaso pelo. Me propuso dos juegos. No me explicó las reglas ni su objetivo, sólo me juró que no me arrepentíría. Acepté.

Para la primera parte de la Gymkana debíamos ir a Lloret de Mar. No tengo en mucha estima esa localidad pero Gerard mandaba. No se cuantas veces escuché a Paquirrín hasta que pude poner algo de música decente en el coche. Nada abstracto, Lori Meyers y poco más. Paramos delante de un anódino bloque de pisos de esa arquitectura turística que obedece al "menos es mas": menos coste, más beneficio. Subimos un tramo de escaleras que olían a perro con curry. No a un plato de perro cocinado al curry; olía a perro y a alimentos cocinados con curry. Una puerta adornada con un número dos dorado en relieve se abrió con algarabía y risas. Mi amigo era una personalidad en aquel antro que mantenía el aroma de la escalera; divisé un pastor alemán dormitando en un rincón y olí el maldito curry. La señora mayor que nos abrió la puerta nos hizo sentar en el salón. Parecía rumana. Andaba aprisa hacia la cocina, supongo que a bajar el fuego. Esperé el desfile de las putas, no me esperaba menos de mi amigo. Unos minutos pasaron hasta que la señora regresó con una botella de Fanta limón y dos vasos opacos de tanta vida pasada en el lavaplatos. La señora bajó las persianas y Gerard aprovechó para ir al baño.
Amablemente la señora se sentó a mi lado, me llenó el vaso y me indicó que me relajara. Me sorprendió cuando me metió mano y me agarró el paquete. Casi me indigné. La señora enchufó un aparatoso dvd y una escena porno de una película grabada del canal plus apareció en la tele. Dos muchachas en una terraza de alguna casa californiana que no tenía nada que ver con el lugar en el que yo me encontraba. La señora insistió en meterme mano y me ofreció un porro perfectamente liado que sacó de una cajita de madera. Escuché al fondo del pasillo el sonido de una Playstation al ponerse en marcha e imaginé que Gerard se estaba entreteniendo. Puestos en situación di tres caladas seguidas del porro, me concentré en la película y dejé a la señora que me la siguiera poniendo dura. La marihuana era tremenda y enseguida me relajó. La señora me desabrochó el pantalón, me bajó los calzoncillos y se mostró teatralmente sorprendida cuando me vio la polla. Puro marketing de puta. Cuando pensaba que Gerard me había regalado una experiencia nostálgica en añoranza de  las  pajilleras de las extintas salas de cine X, la señora se introdujo los dedos en la boca y se sacó la dentadura postiza. 
Dí un respingo pero la señora atenta a mi reproche se metió la polla hasta la garganta, sin una arcada, si un quejido. No he sentido nada igual en mi vida. Me succionó como una bomba de vacío. Noté mi polla hincharse como nunca. Creí que me iba a reventar alguno de los delicados capilares que nutrían mi rabo. La lengua de la señora se movía con una virilidad que nada tenía que ver con las arrugas de su rostro. Me pajeaba con maestría, con el ritmo perfecto, no apretaba, no era débil. Me relajé mirando el techo, buscando constelaciones entre los desconchones de la pintura. Preferí no mirar la cabeza canosa de la mujer. Notaba como relamía cada centímetro de mi polla, como se la metía hasta las entrañas. Aumentó el ritmo de su mano y sentí que me iba a correr, intenté advertirla pero ella siguió mamando ansiosa, pajeándome deliciosamente. Me corrí como hacía tiempo,  noté mi polla bombear, no sé de donde saqué tanta leche. Mi cuerpo se arqueaba acompañando mi corrida y la rumana  lamió hasta la última gota. Me dejó la polla limpia y siguió pajeándome suavemente. Acabó de engullir mi semen y sin soltarme la polla gritó "yerar!!" En breve mi amigo apareció con cara de sueño, sonriendo complacido, "te dije que ibas a flipar con la mellada" Me dio el mando de la play y añadió "cambio de turno".
Cuando bajamos del piso me notaba ingrávido, por la corrida y por el porro. No sé que contribuía más a mi estado. Nunca imaginé que una leyenda urbana tuviera tanto de realidad. Era la mejor mamada que me habían hecho en mi vida. No tuve que esperar mucho a mi amigo. Se corrió tan rápido como yo. Aquella señora sabía lo que era ser rentable en el trabajo. En el coche hablábamos sobre la habilidad de la vieja y Gerard me propuso comer algo antes de su segunda prueba.

Nunca me sentó mejor un plato combinado. Una mezcla de huevos radiactivos, bacon plastificado y patatas blandengues, mezclado con un vino infecto con posos que hacían que la botella pareciese una de esas bolas de cristal con su paisaje y su nieve en suspensión. Tomé mis dos primeras y últimas rayas del año y me senté en el Mini de mi amigo. La siguiente parada era Tordera, localidad famosa por tener una prolífica actividad puteril. Gerard me contó su siguiente juego al detalle. La propuesta de mi amigo me pareció tan pervertida que sentí envidia por un cerebro tan lúcido, tan viciosa que me moría de ganas de contárselo a Maria, tan decadente que seguramente me odiaría en algún momento de consciencia, tan divertida que no pude negarme. 

El juego era el siguiente. Yo debía escoger una puta para Gerard y el me escogería una a mí. Iríamos juntos a la habitación y follaríamos uno al lado del otro. La apuesta consistía en que pagaría el servicio quien se corriera más tarde. Las putas no pusieron muchas pegas una vez elegidas. Gerard duplicó el precio y desaparecieron los reproches. El me escogió una negra gorda, malcarada con unas tetas enormes que parecía rescatada de una profunda siesta. Yo busqué y rebusqué entre la vacía sala descartando orgulloso preciosas chicas que me miraban airadas. Al final dí con una chiquilla delgada, ojerosa, escurrida que parecía un personaje de "the walking dead". No pude evitar buscar en sus brazos marcas de pinchazos, pero aquel tugurio tenía cierto nivel, y no parecían ser admitidas yonkis. Sé de la pasión de Gerard por las tetas y mi elección carecía totalmente de esos atributos. 
Nunca he follado al lado de un amigo y la idea no me entusiasmaba, pero lo cierto es que aquello tenía más de competición deportiva que de otra cosa. Nos tumbamos en la cama y la chicas nos comieron la polla hasta que estuvimos en condiciones. Gerard me miraba la polla y se descojonaba diciendo "ahora entiendo porque Maria está contigo" Cuando estuvimos en condiciones les pedimos a las putas que se pusieran a cuatro patas, una al lado de la otra. Os juró que hicimos una cuenta atrás y nos pusimos manos a la obra. con brío. Gerard había errado en su elección; mi puta se humedeció enseguida y colaboró con sus movimientos. Estrujé sus tetazas y su enorme culo y me corrí enseguida dejándola a medio orgasmo. La pobre puta no entendía nada cuando me retiré sacándome el condón lleno de semen entre carcajadas. Gerard me miró y aceleró su ritmo, pero estaba derrotado. Me senté en un sillón y vi con sorpresa como la negra acariciaba a mi amigo y a su yonki en lo que parecía una estampa infernal de un cuadro del Bosco. Supe que había ganado la apuesta pero que me había perdido una buena fiesta. Gerard, genio y figura.
Hubiera deseado no tomar aquella última copa jamás. Se me hizo eterna. La maldita endorfina, el alcohol y el bajón de la coca se empeñaron en mostrarme lo despreciable de nuestra tarde golfa. Algo en mí me empuja hacia situaciones de este tipo, no puedo evitarlo. Con el tiempo he aprendido a controlar la sensación de vacío "post golfeo" y acaba siendo algo llevadero, aunque a veces tenga mis dudas morales. Puta herencia cristiana. Aun así, no os voy a negar que contaros mi viaje me la ha vuelto a poner dura y que cuando se lo expliqué a Maria follamos y nos corrimos como locos. Que le vamos a hacer, al final cada uno es como es.

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